CDMX,  Mi sentir

17 de Septiembre…


No había tenido el valor para escribir y contar lo que sucedió el pasado mes de septiembre, en este mi país: México. 

Octubre se pasó volando… Pero me parecieron años, los días de septiembre. 

Nunca le he contado a nadie acerca de lo que pasó, de lo que vivimos y de lo que muchos sentimos (y aún seguimos sintiendo) pero en esta ocasión tengo que decirlo porque es una forma de dejar ir todo eso que me causó tanto dolor y que de vez en cuando; ahora, me sigue trayendo malos sueños y pesadillas. 

Esa semana (la del terremoto en Chiapas) había sido un tanto especial. Desde que inició, sentí algo en mi corazón que me dijo: Encomiéndate a Dios cada noche y sé fuerte. No quería hacerle caso a esa “llamada de atención” pero no tuve opción. Decidí cada noche pedirle a Dios que nos cuidara y protegiera de todo mal. Justo esa noche hablé con Dios como nunca lo había hecho y le dije: Mi vida está en tus manos, haz lo que tú quieras, pero dame la paz que mi alma necesita y pase lo que pase, ayúdame a ser fuerte. Vivir o morir, sólo quédate a mi lado. 

Estaba pasando por un problema de salud bastante fuerte y son de esas veces en qué solamente te resta confiar en qué hay Alguien mucho más poderoso que tú y qué realmente puede ayudarte. 

La noche llegó y sólo quería dormir. Dormir y olvidar. Dormí y creo que fue cuando estaba a punto de olvidar qué, comenzó…

Desde que tengo memoria nunca vi temblar la tierra como ese día. Y tampoco vi que las personas igualmente se pusieran a temblar, como las hojas de los árboles tiemblan cuando estamos en pleno otoño. No sé exactamente cuánto duró, pero me pareció una eternidad. Yo necesitaba que alguien me dijera: Toda va a estar bien. Y mi reacción fue decirle a mi madre: Mamá tranquila. Todo va a estar bien…

Fueron los minutos más espantosos de toda mi vida. A veces me pregunto: ¿Algún día realmente podré olvidar todo lo que pasó?

Esa noche no dormí. Para ser más exacta, creo que nadie durmió. No podía estar dentro de la casa y por eso salí a dar una vuelta para relajarme. Ja… ¿Relajarme? ¿Quién puede relajarse en una situación así? Lo cierto es que di vueltas por la cuadra donde vivo y un par de vueltas por el parque de mi ciudad. Todo era caos. Las personas estaban afuera, sentadas en las banquetas (o lo que había quedado de sus banquetas) y cuando alguien encontraba a una persona que conocía sólo le decía: Qué bueno que estamos bien. Las cosas materiales se reponen, pero la vida no. Escuchar eso me dio un poco de esperanza. Porque es cierto. En momentos así, sólo la vida cuenta. 

Llegue a dónde estaba mi casa y justo cuando llegué se soltó la lluvia. No se lo dije a nadie, pero en mi corazón dije: Esto va mal, muy mal…

Llovió. La lluvia no era fuerte, pero era lluvia al fin. Estábamos en septiembre: Tiempo de lluvias. Decidí dejar de pensar en terremoto-lluvia. ¿Qué pasaría si empezaba a temblar y no dejaba de llover?…

No sé cómo amaneció. Pero cuando menos me di cuenta, la claridad del día ya se había hecho presente. Prendimos la radio y fue allí, cuando nos enteramos de que estábamos a menos de 1 hora de la ciudad donde había sido el epicentro y de la intensidad del terremoto. Se había sentido en varios estados y también en la Ciudad de México. Las noticias hablaban de que: “Gracias a la buena infraestructura y a las medidas de prevención era sólo un temblor y no había nada que lamentar porque México estaba preparado”. Me reí, para no llorar. ¿Preparado? ¿No había nada que lamentar? Ja, ironía de la vida… Estábamos en eso cuando nos empezaban a llegar las noticias locales de todas las afectaciones, tanto humanas como materiales y fue entonces cuando las noticias locales empezaron a decir: El peor terremoto en la historia; no sólo de Chiapas, sino de varios estados. 

Los días siguientes fueron muy terribles para mí (y creo que para muchos también). No podía entrar a bañarme, porque sentía que todo se movía debajo de mis pies. Si intentaba comer, sentía que la mesa se movía toda. Y al intentar dormir, todo me daba vueltas. Y cómo si todo eso fuera poco, días después las noticias anunciaban que en la Ciudad de México, justo en el aniversario del terremoto de 1985, nuevamente la tierra los sorprendía con un nuevo temblor. 

Hacía veinte días que había regresado de la Ciudad de México y había tomado muchas fotos de muchos lugares importantes, de sus calles y de sus parques y no podía creer qué; quizás en mis fotos, sería la última vez que los viera de pie. Muchos de mis amigos viven en DF, y esa era la razón de que mi corazón se agitara tanto. Horas después pude hablar con ellos y me contaron del caos y la tragedia que estaban viviendo. Sólo nos quedaba ser fuertes y darnos ánimo para los días que seguirían. 

Recuerdo que por días el sol no salió y eso me ponía aún más triste. Quería llorar muy fuerte y que alguien me abrazara y me sacará de aquí, pero todos estábamos en lo mismo y no era tiempo de llorar y estar triste. 

Los días pasaban y todos parecían volver a la normalidad, menos yo. A mí siempre me cuesta un poco más salir de los baches. Con el paso de los días sólo sentía que me estaba volviendo loca. Los lugares cerrados me asustaban, el piso debajo de mis pies continuaba moviéndose tremendamente y mi corazón a cada instante latía a mil por hora. Días después una amiga que vive en la Región Altos, me llamó y me dijo: Vente para acá, aquí vas a estar mejor. Si el megaterremoto viene, como dicen que vendrá; que nos agarre en el campo y con la panza llena. 

Al siguiente día me fui. Y cuando llegué, allí sí lloré mares. Lloré todo lo que no había llorado por todo ese tiempo, por lo de antes y después del terremoto. Cuando me calme un poco, mi amiga me dijo: ¿Sabes? Tu mente te está jugando chueco. Agárrala y tráela de regreso o será tu fin…

Y eso hice. Empecé por salir a caminar todos los días, a disfrutar de nuevo de ver un amanecer o un atardecer, a estar con la gente que me quiere y que yo quiero, a sonreír y por sobre todo a confiar en Dios a pesar de todo lo que estaba pasando. Y fue así como fui recobrando la calma y la estabilidad de mi alma y de mi mente. 

Aún ahora tengo muchos miedos. De vez en cuando siento que el piso se me mueve (pero no le hago caso), a veces me asustan los lugares cerrados y a veces sueño que toda mi ciudad se cae a pedazos. 

Pero no más… Vamos a continuar viviendo y vamos a hacer de esta vida un viaje extraordinario…

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